CRUZAGRAMAS: un grupo de escritores en busca de alternativas

sábado, 30 de agosto de 2008

ASESINATOS EN EL CONURBANO

Todavía no hacía un mes desde que lo habían trasladado a esa zona del Conurbano, a cargo de la Sección Homicidios. El oficial Suárez se había ganado la confianza de sus pares. Tenía fama por resolver los casos más difíciles.
La primera semana había estado movida. El cuerpo de un inglés había aparecido desnudo y flotando en las aguas turbias del Riachuelo. Todavía faltaba esclarecer ese caso. La embajada llamaba a diario exigiendo una resolución.
La siguiente semana fue el turno de un canadiense. Joan Spencel fue encontrado atado e incinerado, adentro de un auto de alquiler, en un descampado en Quilmes.
Esa mañana, cuando leyó la ficha sobre su escritorio que resumía que un ciudadano chino asesinó a uno estadounidense, hirió a su esposa y a una intérprete y luego se suicidó, ya no tuvo dudas. Juntó a su equipo y les habló con la seriedad que el caso requería.
- Si sabemos contra qué nos enfrentamos, tendremos más posibilidades de contraatacar.
A su antecesor le había tocado investigar, sin éxito, los crímenes del peruano, el mejicano y el colombiano. Un tiempo antes había sido el turno del francés y el alemán. Ahora, un inglés, un candiense y un yanqui. Suárez recordó todos los casos ante sus subalternos, que lo escuchaban atentamente.
- Si bien uno podría seguir con la lista indefinidamente, creo que lo mejor es que busquemos el móvil – el oficial Suárez se acariciaba la barbilla al tiempo que hacía gestos de aprobación a su propio comentario - y el móvil está a la vista de todos. Nos encontramos con un típico caso de xenofobia. Todos sabemos de la mafia china, operan en el más estricto silencio.
El razonamiento lógico y preciso del oficial, dejó boquiabierto a más de un integrante del equipo. Chi Chouan se había suicidado, de modo que ya no podía declarar, y si no podía declarar, daba igual que hubiera matado a uno o a tres, o a diez.
Los policías escuchaban con admiración el desarrollo del oficial Suárez. Muchos se abrazaban fraternalmente. Algunos, con lágrimas en los ojos no dejaban de aplaudir por tan impecable resolución. Lo que se presentaba como un caso más, con la implicancia de nuevas investigaciones y noches sin dormir, la experiencia y pericia del oficial a cargo, lo había convertido en la resolución de todos los casos anteriores.
El oficial Suárez, emocionado, agradeció a su equipo por tan ferviente apoyo. Más tarde impartió las órdenes para que a la brevedad informaran a las embajadas sobre cómo todo había sido obra de la mente perversa de Chi Chouan.
Ya era tarde cuando abandonó su oficina. Se sintió orgulloso de su equipo. Ahora todos podrían descansar tranquilos. Los casos estaban cerrados.
Giró las llaves de su Peugeot y pensó que fuera de la pantalla, el mundo es una sombra indigna de confianza, tal como el título de la nueva novela de Cristina Conti, que lo esperaba sobre su mesa de luz. Era su escritora favorita, escribía policiales. Siempre lo ayudaba a resolver los casos imposibles.

sábado, 23 de agosto de 2008

NEOLOGISMOS: O CREANDO PALABRAS NUEVAS - LA FILESTEE POR EL GARBONCLO

Y sí oficial, yo la filisteé, pero la mina se lo buscó. Soy un hombre pacífico, se lo juro por mi Santa Madre, que Dios la tenga en la gloria ¡Pero en todo hay un límite señor!
Para mí era noche de estreno. Lo había encontrado a la tarde, de paseo por San Telmo. Un garbonclo blanco, no crea que se consigue en cualquier lado.
Esa noche me fui para la milonga, contento como pibe con balero nuevo. Algunos dirán que soy compadrito o que estoy algo rafado. ¿Pero qué tiene de malo? A mí me gustan y aunque casi nadie los use, un milonguero que se precie de serlo, debe calzar un buen garbonclo.
Ni bien llegué, la juné a la mina. Ella también me relojeó lindo. Así que, como quien no quiere la cosa me le acerqué. Algo de chamuyo tengo ( por eso algunos me tildan de rafado) entonces la invité con una cerveza. Sonreía. Dijo llamarse Inés.
Recién empezaba la noche y dos parejas abrían el baile. Al ritmo del dos por cuatro, me la llevé hasta la pista. ¿Cómo me iba a imaginar que la mina no sabía lo que era el tango? Se enroscó sola con los primeros acordes. Intenté dirigirla, marcarle los pasos, pero no tuve suerte y en una de las vueltas patinó. Cayó sin nada de elegancia, con las patas abiertas. La gente se reía y se ve que eso la molestó. Como soy un caballero, quise ayudarla y al agacharme se me cayó el garbonclo. La muy bruja, rechazó mi ayuda. Se incorporó sola y con esa boquita con la que antes sonreía, me vomitó en la jeta una serie de insultos que pondrían colorado a cualquiera.
Hasta ahí me lo aguanté con hombría, pero en cuanto me pisoteó el garbonclo y lo pateó con furia, ya no respondí de mí y la filisteé con todas mis ganas. El primer filesteaso le cayó en el ojo izquierdo.
La gente miraba, algunos aplaudían, y yo, con la dignidad de un príncipe, levanté el garbonclo y me fui rafadamente.

Definiciones:

Garbonclo: sustantivo. Antiguo sombrero de fieltro, con ala corta, usado por los guapos del 900.

Rafado: adj. Dícese de la persona que tiene la autoestima muy alta. Vulg.: agrandado.

Filistear: infinitivo. Acción por la cual se lanza saliva en forma brusca y repetida. Vulg: escupir continuadamente.

Rafadamente: relativo a rafado. “dejar un lugar rafadamente” irse con la cabeza en alto, sin modestia.

miércoles, 20 de agosto de 2008

UN DIA DIFERENTE O HISTORIA DE UNA OBSESION

Cerró la puerta de calle y al agacharse a recoger el maletín la duda lo acosó. Volvió sobre sus pasos. Subió al ascensor y de ahí al tercer piso. Ya en su casa comprobó que todo estuviera bien: las canillas y las llaves de gas, cerradas y las luces apagadas.
Antes de salir pasó por el baño. Sus manos le preocupaban, siempre las veía sucias. Tomó el cepillo y comenzó a lavarlas. Las secó y volvió a mirarlas. No quedó conforme. Nuevamente tomó el cepillo, jabón líquido y agua. Recién cuando vio el brillo en las uñas se sintió tranquilo.
Una vez en el colectivo abrió el maletín. El trabajo estaba ahí, junto con la agenda y el celular. Varias veces se había levantado de la cama la noche anterior para corroborar que nada faltara.
Por las dudas que su memoria le jugara una mala pasada, volvió a abrir el maletín. Una profunda mirada le bastó. Lo cerró con una mueca de satisfacción, todo estaba en orden.
Palpó las llaves en el bolsillo de su saco e instintivamente hizo el gesto de cerrar la puerta de su departamento.
Cuando volvió a su casa, por la noche, varias veces se lavó las manos antes de acostarse.
Comprobó que la puerta estuviera bien cerrada igual que las canillas y el gas apagado. Verificó el maletín para el día siguiente. Hizo su rutina nocturna con el mismo esmero de todas las noches.

Lo despertó el estruendo. Percibió un olor raro a medida que iba reaccionando. El viento se filtraba de lleno por la ventana que había perdido los vidrios con la explosión.
Las canillas habían desaparecido y el agua brotaba a chorros de la cañería averiada. La puerta no estaba cerrada con sus cerrojos porque ya no había puerta. Los papeles de trabajo que había guardado en el maletín, volaban dentro de lo que quedaba de la habitación.
Se incorporó. Sus ojos chocaron con la realidad. Gritos, llanto, y un gran hueco. Su habitación en el medio de la nada, en el medio del caos. La explosión se había llevado los departamentos que daban al frente del edificio de tres pisos.
Tambaleándose, arrastrándose, saltando entre escombros pudo llegar a la calle.
Entre los escombros distinguió uno de los cerrojos de su casa. Fue un segundo nada más, el intento de buscar las llaves en un bolsillo que no tenía.
Antes de ser asistido por un médico, miró sus manos, ahora sucias, sucias de polvo y sangre y por primera vez en treinta años vio el lunar sobre la palma izquierda.

LA RADIO Y EL SOTANO

Hola lindo, te extraño.
Todavía no entiendo como esta vieja radio con dos parlantes y ese espantoso botón verde, sigue funcionando. Un poco a los golpes, otro poco con buena voluntad (mía por supuesto) que la cambio continuamente de lugar hasta encontrar el más adecuado. Esta semana está sobre la mesa del living. No hace mucho juego que digamos, es más, desentona bastante, sobre todo con las dos lámparas negras que caen del techo. En fin, sólo a mí se me ocurre en un ambiente minimalista ubicar esta radio de los años 50, pero cada tanto me gusta retrotraerme a otra época. El viernes, se le cayó otra perilla, o sea que ya son tres las que le faltan, aún así anda, no sé cómo pero anda.
Ayer me recosté un rato en el sillón del living. Recién ahí me di cuenta de que las paredes están blancas, tan blancas que necesitan algo de color, tal vez mañana vaya por algún tapiz bien colorido.
En eso estaba, cuando se me ocurrió encender la radio y previo golpecito empezó a sonar Rod Stewart. Cantaba tu tema preferido “¿Crees que soy sexy?”. Lo mismo que me dijiste el día que te conocí. Me gusta recordar ese momento y me agrada contártelo aunque lo sepas. Hacía dos horas que estabas en el sótano de la casa de mis viejos, tratando de arreglar el tablero de luz. De no ser porque necesité mi bici, todavía estarías ahí encerrado; nadie en la casa reparó en tu ausencia. Ese sótano… tan bien cuidado pero donde no corría una gota de aire. Te habías quitado la camisa y el pantalón porque el calor era asfixiante. Tu pelo y barba estaban empapados. Me quedé estática al verte. “¿Crees que soy sexy? No, soy el electricista. Ayudame a salir por favor”. Y ese fue el comienzo de nuestra historia.
Hablando de historia te cuento que tuve que ponerme a estudiar el Cruce de los Andes para ayudar a la niña con la tarea. Está tan linda, si la vieras con su cabello corto, con dos colitas. Tiene unos ojos inmensos, grandes, tan grandes como los tuyos. Ella también te extraña, siempre pregunta por su padre.
Bueno chico, va siendo hora de que te deje, uno de estos días continúo escribiéndote con esta lapicera que me regalaste cuando me recibí y que ha perdido su capuchón. No logro encontrarlo por ningún lado, como tampoco logro encontrar esa sonrisa mía que perdí hace dos años.Mi suerte estaba echada lindo, mi dado cayó de culo el día del accidente. No hay marcha atrás, es el destino.

sábado, 16 de agosto de 2008

FUERA DE FOCO

Aquí te la envío. Dijiste que estaba movida y la desechaste. Obviamente no la tiré. Tal vez no te acuerdes de ella; pasó mucho tiempo.

Aún no entiendo cómo no pudiste ver el sol iluminando el río. Cómo no quisiste escuchar el sonido del agua. Tampoco sentiste el movimiento de los árboles que bailaban para nosotros, verde sobre verde; ni la arena brillante al otro lado, invitándonos a cruzar.

Sólo viste un fuera de foco. Y así apartaste un momento de tu vida y de la mía.

Y tu imagen se va desdibujando…Y sin embargo ahí te veo, haciendo equilibrio. El equilibrio que todavía no encontraste en tu vida. Pero no temas, nadie más la verá. No hay copia. Tiré el negativo

viernes, 8 de agosto de 2008

UNA NOCHE EN CASA DE ELENA

- Fue en Octubre; un 23 - Elena cierra los ojos y aún con las manos entrelazadas a las de Jérôme, desnuda su alma. – Éramos muy jóvenes. Sabía que Tatín estaba metido en algo. Lo percibía, aunque él para protegerme no me contaba nada. Pobre ¡ qué iluso! Para lo que le sirvió. Si lo hubieras conocido…Seguro que congeniaban. Tenía ideales, quería cambiar el mundo.
Jérôme asiente. Esa historia ya la conoce, u otra parecida. Todas las historias hablan de lo mismo, de la época oscura de treinta años atrás, de los amigos, hijos, padres… “todavía esperamos que el jardín se ilumine con las risas y el canto de los que amamos tanto” recuerda esa canción.
- Cuando él desapareció no entendía nada, o sí. Me decían que me fuera ¿ Adónde me iba a ir? ¿Te dije que fue en Octubre? El 23. Vinieron y sin permiso patearon la puerta. Me estaba bañando. Me arrastraron de los pelos. Nunca sentí tanta vergüenza, tanto miedo. Después vino la capucha, las sombras, el frío ¿Sabés que pasó mucho tiempo hasta que pudiera hablar de esos días sin temblar? No sé por que me soltaron. Fueron cinco días en los que pedía morirme. Sin embargo sobreviví hasta a los ultrajes. Tatín y tantos otros no tuvieron la posibilidad. Cuando después se supo lo de los viajes, fui al río y les regalé unas flores, en homenaje. - Se le entrecorta la voz. Jérôme la abraza y le besa las lágrimas.
- Después vinieron los gatos, pero eso fue mucho después. Pobres, no tienen a nadie.
- Elena, sigo pensando que los ideales no mueren y por eso es todo mi compromiso con esta gente del norte, que necesitan que alguien les de una mano. Si logramos organizarnos todavía se puede cambiar el mundo. Te voy a dejar unas cajas, si querés podes mirar lo que hay adentro – Jérôme abre una de las cajas e intenta mostrarle el contenido.
- No hace falta. Guardalas en el cuartito de arriba, ahí donde están todas las cosas viejas, podés cubrirlas con algunas mantas. Algún día voy a tener que arreglar ese cuarto, pero ahora así como está te va a resultar mejor. De paso fijate si alguna ropa puede servir para que les lleves a la gente del norte, pero hacelo mañana de día, que se quemó la bombita y hay que cambiarla.
- Sería mejor que ahora te acuestes, ya es muy tarde. Me voy a quedar leyendo unos trabajos que me pasaron y no te preocupes por los gatos, mañana si seguís con ese dolor voy yo.

ELENA CONOCE A JÉROME

Son las seis de la tarde. Hoy Elena se quedó con los gatos un rato más que de costumbre.
Al incorporarse, después de acariciar al último gato, siente un fuerte tirón en la cintura. Le duelen las piernas y no sabe si va a poder llegar sola hasta su casa. Es sólo una cuadra, pero hoy…
De pronto un olor a tabaco la saca de sus pensamientos. Ve una persona que se aproxima, envuelta en humo. Hace un esfuerzo, se apoya contra el paredón. El dolor es cada vez más fuerte. La figura está acercándose. Es sólo animarse.
El hombre fuma, parece no verla; sin embargo, cuando Elena le pide ayuda casi en un suspiro, no duda. Arroja el pucho y le ofrece su mano. Después recoge la canasta del suelo y le da su brazo para que ella se afirme en él.
Se miran y se dicen palabras afectuosas, surgidas de la necesidad, del no conocerse pero sentir que pueden ayudarse.
Él acompañará a Elena hasta su casa. No es molestia, no tiene nada que hacer. Ella le ofrecerá un té o una leche caliente. No le importa que fume, pero mejor sería que dejara, por su salud. Ella le contará cómo fue que dejó el cigarrillo hace tres años . Firme decisión, dirá, y eso que fumaba casi un atado diario.
Por unas horas él no fumará, casi sin proponérselo. Se le irán pasando las horas sin darse cuenta.
Hablarán de la vida de cada uno, de la de ahora y de la de antes. Elena le contará de cómo la vida la premió con dos amores. Que a uno lo perdió siendo muy joven, y el otro murió hace siete años, que lo único de lo que se arrepiente es de no haber tenido un hijo.
Jérôme la escuchará con sincera atención, algo de Elena lo atrapará. Se animará y de a poco le contará sus sueños.
Después hablarán de esa tarde diferente, de los gatos. Tal vez mañana Elena no pueda ir si sigue con ese dolor. Tal vez él sí. Tal vez pase a verla. Tal vez no, seguro.

ELENA

Si bien en cada barrio hay una y todas tienen algo en común, Elena superó cualquier imaginación.
Llegó a la esquina del hospital a la misma hora de siempre. Llevaba el tapado de paño azul con el forro descosido que se escapaba por debajo del ruedo. Siempre el mismo tapado. Cada invierno le sacude sin éxito el olor a naftalina y humedad. Toda ella huele a humedad, hasta sus ojos, húmedos de tanto llorar. Desde que Ernesto se fue, hace siete años, los únicos que llenan sus tardes son los gatos.
Avanzó con pasos cortos y lentos, por momentos tambaleándose. En el andar se notaba cómo iban corriéndole los años. Los cabellos asomaban desprolijos por debajo del gorro de lana. Un gorro tejido por ella misma en otro tiempo, y que tanto le gustaba a Ernesto. Tantas veces le había pedido un hijo… Tal vez ahora podría tejerle gorros o sueños, pero no, lo único que tenía eran esos gatos.
Pudo caerse al cruzar el empedrado, sin embargo, las botas blancas con taco aguja y tapitas gastadas, la sostuvieron a pesar de su poca estabilidad.
El colorete barato le brillaba mal desparramado sobre las mejillas. Los labios se los había decorado de rosa viejo. Cuando saludó al diariero dejó al descubierto algunos dientes pintados del mismo color.
Usaba aros verdes que le hacían juego con el collar de perlas de fantasía. Se ve que en otra época había sido una mujer muy coqueta; pero esa tarde, todo en ella causaba un efecto de lástima y horror al mismo tiempo.
Llegó con su canasta de mimbre, casi tan gastada como ella. Un regalo de Ernesto, al principio de la relación. Todavía la conservaba. Le traía el recuerdo de muchas otras tardes frente a la Costanera. El mate junto a las sonrisas y la compañía de su amor, de su “segundo amor”, como ella lo llamaba.
Con manos temblorosas jugueteó un rato hasta sacar algunos recipientes y una botella de leche. Al comenzar a verterla se manchó el tapado, pero no le importó. Un poco de leche cayó sobre la vereda, tampoco pareció importarle.
Después extrajo la carne cruda y la acomodó en diferentes bandejas de cartón. Fue en ese momento cuando, diez, quince, veinte gatos se le acercaron. Pasearon entre sus piernas, ronronearon, maullaron.
Elena los acariciaba. Ellos pacientes, esperaban. Sólo comenzaron a comer cuando ella les habló con mucha dulzura y les indicó que se acercaran. Esos gatos, ahora, eran su vida.