CRUZAGRAMAS: un grupo de escritores en busca de alternativas

sábado, 18 de octubre de 2008

CALLEJON MALVON

Día primero:
Atado a un poste de luz, en el callejón Malvón, Fernando Herrera encontró un minotauro albino. Lloraba y pataleaba hasta la desesperación. Cuando Fernando Herrera se le acercó, el minotauro resopló y esbozó una sonrisa. Ese gesto fue suficiente. Lo desató y se lo llevó.

Día segundo:
Por la mañana, después de servirle la comida y llenarle un balde con agua salieron a pasear. Una vez en la calle, el minotauro acomodó su osamenta para hacer sus necesidades. Provocó una inundación en la esquina de Huertas y Flores. Fernando Herrera bajó la vista ante la mirada acusadora de los porteros de los edificios vecinos y de las viejas del barrio, quienes para cruzar la calle, tuvieron que sumergir sus pantorrillas en la orina del minotauro.

Día tercero:
Para evitar los reproches de vecinos, Fernando decidió enseñarle al minotauro el uso del inodoro. Para que entrara cómodo, tuvo que sacar la puerta del baño y correr la bañera de lugar. El minotauro aprendía rápido; sólo le faltaban algunos ajustes como apretar el botón y procurar que todo cayera dentro del recipiente.

Día cuarto:
En el silencio de la madrugada, un olor fétido inundó el departamento. El minotauro todavía no calculaba bien y en su incursión por el baño, había ensuciado todo alrededor. Fernando, lleno de furia, lo retó. El minotauro hacía pucheros. Pesadas lágrimas le rodaban por las mejillas. Su cuerpo se convulsionaba. Temblaron las ventanas y cayeron los cuadros de las paredes. En su desesperación por calmarlo, Fernando le permitió que durmiera junto a él en la cama. En señal de agradecimiento, el minotauro movió varias veces la cabeza, sacudiendo su melena albina.

Día quinto:
Los ronquidos del minotauro lo despertaron a las tres de la madrugada. Lo tocó. Lo empujó. Nada. Fernando supuso que estaría soñando porque se le movían los párpados. Pensó con qué soñaría un minotauro. Lo que fuera, lo conmovió. Hacía frío. Sacó una frazada del ropero y lo cubrió para que no se resfriara.

Día sexto:
Cuando Fernando llegó del trabajo, fue tal la alegría del minotauro que se puso a saltar sobre la cama. Brincaba y daba vueltas carneros. Finalmente, la cama quedó convertida en un tobogán por el que se deslizaba feliz. Ese mismo día, el minotauro, familiarizándose con la cocina había hecho unas ricas tortillas de papas y avena con las que convidó a Fernando.

Día Séptimo:
Fernando Herrera se levantó muy temprano. Llenó la bañera con agua tibia y le agregó sales con perfume a sandía. Con cierto recelo y a regañadientes, el minotauro entró a la bañera. Al cabo de una hora, Fernando, a los empujones, logró que dejara el patito de plástico y terminara con las burbujas de jabón.
El minotauro se secó, se entalcó, se peinó y tomó prestado el mejor sombrero de Fernando.
El mediodía, los sorprendió caminando juntos rumbo al callejón Malvón.

1 comentario:

Sebastián Zaiper Barrasa dijo...

El minotauro albino que ayer se me perdió...